Los ramos y la Pasión de Jesús
En este día 28 de marzo del año del Señor 2010, hemos llegado al inicio de la Semana Santa con la celebración solemne del Domingo de Ramos, de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, en el que recordamos su entrada triunfal en Jerusalén para consumar su misterio pascual, esto es, su muerte en la cruz y su gloriosa resurrección.
La bendición de los ramos en esta hermosa ceremonia se hace con las siguientes palabras: «Dios todopoderoso y eterno, dígnate bendecir estos ramos y concede a cuantos acompañamos ahora jubilosos a Cristo, nuestro rey y Señor, reunirnos con Él en la Jerusalén del cielo. Aumenta, Señor la fe de los que tenemos en ti nuestra esperanza y concede a quienes agitamos estas palmas en honor de Cristo victorioso, permanecer unidos a Él para dar frutos de buenas obras». Se invita a la asamblea a participar con la agitación de sus palmas y con las antífonas mesiánicas: «¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en el cielo!» En México acostumbramos proclamar el Himno a Cristo Rey: «¡Que viva mi Cristo, que viva mi Rey, que impere doquiera triunfante su ley! ¡Viva Cristo Rey, viva Cristo Rey!».
El evangelio que se proclama es el de la entrada del Señor en Jerusalén; en esta ocasión corresponde a san Lucas (19, 28-40): «Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino de Jerusalén, y al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: “Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía, desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: ‘El Señor lo necesita’”. Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho. Mientras desataban el burro, los dueños les preguntaron: “¿Por qué lo desamarran?”. Ellos contestaron: “El Señor lo necesita”. Se llevaron, pues, al burro, le echaron encima los mantos e hicieron que Jesús montara en él. Conforme iba avanzando, la gente tapizaba el camino con sus mantos y, cuando ya estaba cerca de la bajada del monte de los Olivos, la multitud de discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los prodigios que habían visto, diciendo: “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Algunos fariseos que iban entre la gente, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Él les replicó: “Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras”».
En este Domingo de Ramos, la liturgia de la palabra de Dios hace un giro de 180 grados con respecto a la entrada triunfal y jubilosa de Jesús en Jerusalén. La primera lectura corresponde a uno de los cantos del así llamado Siervo sufriente de Yahvé, presentado por el profeta Isaías. El salmo responsorial corresponde al salmo 21 y expresa las conocidas palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». La segunda lectura se toma de la carta de san Pablo a los filipenses y nos dice que Cristo se humilló a sí mismo y, por eso, Dios lo exaltó. El culmen de esta celebración está constituido por la proclamación del hermoso y extenso relato de la Pasión del Señor, correspondiente al evangelio del mismo san Lucas (22, 14-23, 56). Este evangelista insiste en la bondad de Jesús, que es fuente de salvación para todos los que lo encuentran en el camino de la cruz. Resalta también la inocencia de Jesús en boca de Poncio Pilato y del oficial romano al pie de la cruz. Con este relato de la Pasión, Lucas quiere animar al lector al seguimiento de Jesús. A nosotros nos invita a vivir plenamente la Semana Santa y, sobre todo, el Triduo Pascual.
+ Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
En este día 28 de marzo del año del Señor 2010, hemos llegado al inicio de la Semana Santa con la celebración solemne del Domingo de Ramos, de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, en el que recordamos su entrada triunfal en Jerusalén para consumar su misterio pascual, esto es, su muerte en la cruz y su gloriosa resurrección.
La bendición de los ramos en esta hermosa ceremonia se hace con las siguientes palabras: «Dios todopoderoso y eterno, dígnate bendecir estos ramos y concede a cuantos acompañamos ahora jubilosos a Cristo, nuestro rey y Señor, reunirnos con Él en la Jerusalén del cielo. Aumenta, Señor la fe de los que tenemos en ti nuestra esperanza y concede a quienes agitamos estas palmas en honor de Cristo victorioso, permanecer unidos a Él para dar frutos de buenas obras». Se invita a la asamblea a participar con la agitación de sus palmas y con las antífonas mesiánicas: «¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en el cielo!» En México acostumbramos proclamar el Himno a Cristo Rey: «¡Que viva mi Cristo, que viva mi Rey, que impere doquiera triunfante su ley! ¡Viva Cristo Rey, viva Cristo Rey!».
El evangelio que se proclama es el de la entrada del Señor en Jerusalén; en esta ocasión corresponde a san Lucas (19, 28-40): «Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino de Jerusalén, y al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: “Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía, desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: ‘El Señor lo necesita’”. Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho. Mientras desataban el burro, los dueños les preguntaron: “¿Por qué lo desamarran?”. Ellos contestaron: “El Señor lo necesita”. Se llevaron, pues, al burro, le echaron encima los mantos e hicieron que Jesús montara en él. Conforme iba avanzando, la gente tapizaba el camino con sus mantos y, cuando ya estaba cerca de la bajada del monte de los Olivos, la multitud de discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los prodigios que habían visto, diciendo: “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Algunos fariseos que iban entre la gente, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Él les replicó: “Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras”».
En este Domingo de Ramos, la liturgia de la palabra de Dios hace un giro de 180 grados con respecto a la entrada triunfal y jubilosa de Jesús en Jerusalén. La primera lectura corresponde a uno de los cantos del así llamado Siervo sufriente de Yahvé, presentado por el profeta Isaías. El salmo responsorial corresponde al salmo 21 y expresa las conocidas palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». La segunda lectura se toma de la carta de san Pablo a los filipenses y nos dice que Cristo se humilló a sí mismo y, por eso, Dios lo exaltó. El culmen de esta celebración está constituido por la proclamación del hermoso y extenso relato de la Pasión del Señor, correspondiente al evangelio del mismo san Lucas (22, 14-23, 56). Este evangelista insiste en la bondad de Jesús, que es fuente de salvación para todos los que lo encuentran en el camino de la cruz. Resalta también la inocencia de Jesús en boca de Poncio Pilato y del oficial romano al pie de la cruz. Con este relato de la Pasión, Lucas quiere animar al lector al seguimiento de Jesús. A nosotros nos invita a vivir plenamente la Semana Santa y, sobre todo, el Triduo Pascual.
+ Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa
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