Homilía de Mons. Mario De Gasperín Gasperín, Obispo de Querétaro
1. Celebramos con fe y devoción la primera solemnidad de este tiempo de Adviento, la Inmaculada Concepción de María o el misterio de haber sido preservada, por los méritos de su Hijo, de toda manda de pecado desde el primer instante de su vida.
Nosotros acostumbramos saludarla con la invocación: “Ave María, purísima, sin pecado original concebida”.
2. Aunque el dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado solemnemente por el papa Pío IX hasta el 8 dice diciembre de 1854, la fe del pueblo cristiano y de sus grandes maestros fue constante desde los inicios de la iglesia. Nos alegramos de esta santa fe católica, que encuentra su fundamento en la misma palabra de Dios, en la santa Escritura y en su designio sapientísimo de salvación: Desde los orígenes tenemos la promesa de Dios que la Mujer aplastaría la cabeza de la serpiente (Cf. Gn. 3, 15), el Evangelio nos habla de Maria como la “llena de gracia” (Cf. Lc 1, 28) y el Apocalipsis nos presenta a la Mujer que escapa incólume de las garras del dragón (Cf. Ap 12). Leyendo en su integralidad estos textos, el pueblo cristiano creyó y profesó una devoción constante al misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima.
3. Ahora la santa liturgia nos invita a “cantar al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” en la historia de nuestra salvación y porque una maravilla de maravillas es la Virgen Inmaculada. Así es en verdad: En María, preservada de toda mancha de origen, “el Señor nos ha dado a conocer su victoria” sobre la obra destructora del pecado, y “ha revelado a las naciones su justicia” pues por ella nos libró de la injusticia del demonio. Así, al contemplar la imagen purísima y bella de María, “toda la tierra ha contemplado la victoria de nuestro Dios”, y la liturgia, en boca del salmista, invita “a todos los pueblos los pueblos y naciones que aclamen al Señor”. Maria no sólo es gloria de Israel o maravilla del pueblo cristiano, sino esperanza para todos los hombres del mundo. Lo expresa admirablemente san Anselmo, cuando dice: “Dios es padre de las cosas creadas y María es Madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal restauración”. Esta solemnidad debe ser causa de alegría para el mundo entero y nosotros se lo debemos anunciar.
4. La liturgia enaltece en esta celebración la belleza de María. Este misterio nos pone ante la vista la obra espléndida de Dios en su criatura. María es la puerta de entrada de Dios en el mundo para ser Emmanuel, Dios con nosotros. Hizo en Ella su “digna morada”. La belleza es la manifestación más propia de la presencia de Dios. Dios es la belleza suma y la creación es reflejo de esa belleza. Él está rodeado “de gloria y esplendor”, los “cielos proclaman su gloria” y el hombre es la expresión más maravillosa de su ser glorioso; por eso, “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, pero la gloria del hombre será la visión de Dios”, su contemplación. En María Santísima comenzó a brillar la gloria de Dios al verse preservada de la mancha original.
5. La belleza cristiana está íntimamente unida a la verdad. Es su resplandor. Nada falso puede ser auténticamente bello. En María tenemos la imagen restaurada de la humanidad, gracias a los méritos de Cristo: “Inmaculada tenía que ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo”; la que “es abogada de gracia y ejemplo de santidad” tenía que ser colmada de fresca belleza. La que es “imagen y modelo de la Iglesia, la esposa de Cristo, tenía que estar llena de juventud y de limpia hermosura”. Por eso la Iglesia la saluda: “Toda hermosa eres, oh María, y mancha de pecado no hay en ti”. María inmaculada es la imagen bella y verdadera de la humanidad devuelta a su Creador. En ella brilla la imagen y semejanza de Dios con todo su esplendor. María es santa. María es pura. María es bella. Es “ La Inmaculada”.
6. Bella y verdadera imagen de Dios, María lo es porque en Ella se hizo presente el Amor. Por ser morada de Dios, en Ella se encarnó el Amor y tomó un rostro humano. Ella lo acogió y respondió a él con generosidad sin límites: “Hágase en mi según tu Palabra… Yo soy la esclava del Señor”. Dios que es amor, al dársenos en María, la colmó de este amor y ella se entregó plenamente a la obra de nuestra redención. Por eso es la “Madre del amor hermoso”, nuestra Madre, para que nosotros pongamos la vida al servicio del amor de Dios en bien de nuestros hermanos. La obra de la gracia hizo de María en cuerpo y alma, una imagen bella de Dios, un modelo de la humanidad redimida y un instrumento aptísimo del amor de Dios al servicio de los hermanos.
7. Le belleza se produce cuando todas las partes se integran entre sí, sin faltar ninguna; es la conjunción de cualidades y propiedades distintas en síntesis armoniosa. María es Bella porque dijo sí a la Verdad y recibió al Amor. En Maria la belleza es producto de su fidelidad a la verdad y de su entrega al amor de Dios, en el marco de todas las virtudes: de la castidad, de la pureza, de la obediencia, de la sencillez y de la humildad. Sin falta alguna, la belleza desmerece. La Belleza de María que canta la liturgia, que reproducen las Imágenes, que enaltece el canto, que admiran los ángeles y a la que aspiran los humanos, es la conjunción armoniosa de todas las virtudes.
8. Concluyo con estas palabras de San Bernardo: “Esforcémonos por llegar hasta el Salvador por el mismo camino por el que él quiso descender a nosotros, y llegar hasta su gracia por el mismo camino que él quiso venir a nuestra miseria. Por tí, Autora bendita de la gracia, engendradora de la vida, madre de la salvación, nos sea concedido llegarnos a tu Hijo; por Ti nos acoja Aquel que por Ti se nos dio a nosotros. Tu limpieza compense nuestra corrupción; tu humildad, tan agradable a Dios, nos alcance el perdón de nuestra vanidad; tu caridad cubra la multitud de nuestros pecados y tu gloriosa fecundidad haga fecundos nuestros méritos” (II Sermón de Adviento). Que así sea.
1. Celebramos con fe y devoción la primera solemnidad de este tiempo de Adviento, la Inmaculada Concepción de María o el misterio de haber sido preservada, por los méritos de su Hijo, de toda manda de pecado desde el primer instante de su vida.
Nosotros acostumbramos saludarla con la invocación: “Ave María, purísima, sin pecado original concebida”.
2. Aunque el dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado solemnemente por el papa Pío IX hasta el 8 dice diciembre de 1854, la fe del pueblo cristiano y de sus grandes maestros fue constante desde los inicios de la iglesia. Nos alegramos de esta santa fe católica, que encuentra su fundamento en la misma palabra de Dios, en la santa Escritura y en su designio sapientísimo de salvación: Desde los orígenes tenemos la promesa de Dios que la Mujer aplastaría la cabeza de la serpiente (Cf. Gn. 3, 15), el Evangelio nos habla de Maria como la “llena de gracia” (Cf. Lc 1, 28) y el Apocalipsis nos presenta a la Mujer que escapa incólume de las garras del dragón (Cf. Ap 12). Leyendo en su integralidad estos textos, el pueblo cristiano creyó y profesó una devoción constante al misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima.
3. Ahora la santa liturgia nos invita a “cantar al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” en la historia de nuestra salvación y porque una maravilla de maravillas es la Virgen Inmaculada. Así es en verdad: En María, preservada de toda mancha de origen, “el Señor nos ha dado a conocer su victoria” sobre la obra destructora del pecado, y “ha revelado a las naciones su justicia” pues por ella nos libró de la injusticia del demonio. Así, al contemplar la imagen purísima y bella de María, “toda la tierra ha contemplado la victoria de nuestro Dios”, y la liturgia, en boca del salmista, invita “a todos los pueblos los pueblos y naciones que aclamen al Señor”. Maria no sólo es gloria de Israel o maravilla del pueblo cristiano, sino esperanza para todos los hombres del mundo. Lo expresa admirablemente san Anselmo, cuando dice: “Dios es padre de las cosas creadas y María es Madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal restauración”. Esta solemnidad debe ser causa de alegría para el mundo entero y nosotros se lo debemos anunciar.
4. La liturgia enaltece en esta celebración la belleza de María. Este misterio nos pone ante la vista la obra espléndida de Dios en su criatura. María es la puerta de entrada de Dios en el mundo para ser Emmanuel, Dios con nosotros. Hizo en Ella su “digna morada”. La belleza es la manifestación más propia de la presencia de Dios. Dios es la belleza suma y la creación es reflejo de esa belleza. Él está rodeado “de gloria y esplendor”, los “cielos proclaman su gloria” y el hombre es la expresión más maravillosa de su ser glorioso; por eso, “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, pero la gloria del hombre será la visión de Dios”, su contemplación. En María Santísima comenzó a brillar la gloria de Dios al verse preservada de la mancha original.
5. La belleza cristiana está íntimamente unida a la verdad. Es su resplandor. Nada falso puede ser auténticamente bello. En María tenemos la imagen restaurada de la humanidad, gracias a los méritos de Cristo: “Inmaculada tenía que ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo”; la que “es abogada de gracia y ejemplo de santidad” tenía que ser colmada de fresca belleza. La que es “imagen y modelo de la Iglesia, la esposa de Cristo, tenía que estar llena de juventud y de limpia hermosura”. Por eso la Iglesia la saluda: “Toda hermosa eres, oh María, y mancha de pecado no hay en ti”. María inmaculada es la imagen bella y verdadera de la humanidad devuelta a su Creador. En ella brilla la imagen y semejanza de Dios con todo su esplendor. María es santa. María es pura. María es bella. Es “ La Inmaculada”.
6. Bella y verdadera imagen de Dios, María lo es porque en Ella se hizo presente el Amor. Por ser morada de Dios, en Ella se encarnó el Amor y tomó un rostro humano. Ella lo acogió y respondió a él con generosidad sin límites: “Hágase en mi según tu Palabra… Yo soy la esclava del Señor”. Dios que es amor, al dársenos en María, la colmó de este amor y ella se entregó plenamente a la obra de nuestra redención. Por eso es la “Madre del amor hermoso”, nuestra Madre, para que nosotros pongamos la vida al servicio del amor de Dios en bien de nuestros hermanos. La obra de la gracia hizo de María en cuerpo y alma, una imagen bella de Dios, un modelo de la humanidad redimida y un instrumento aptísimo del amor de Dios al servicio de los hermanos.
7. Le belleza se produce cuando todas las partes se integran entre sí, sin faltar ninguna; es la conjunción de cualidades y propiedades distintas en síntesis armoniosa. María es Bella porque dijo sí a la Verdad y recibió al Amor. En Maria la belleza es producto de su fidelidad a la verdad y de su entrega al amor de Dios, en el marco de todas las virtudes: de la castidad, de la pureza, de la obediencia, de la sencillez y de la humildad. Sin falta alguna, la belleza desmerece. La Belleza de María que canta la liturgia, que reproducen las Imágenes, que enaltece el canto, que admiran los ángeles y a la que aspiran los humanos, es la conjunción armoniosa de todas las virtudes.
8. Concluyo con estas palabras de San Bernardo: “Esforcémonos por llegar hasta el Salvador por el mismo camino por el que él quiso descender a nosotros, y llegar hasta su gracia por el mismo camino que él quiso venir a nuestra miseria. Por tí, Autora bendita de la gracia, engendradora de la vida, madre de la salvación, nos sea concedido llegarnos a tu Hijo; por Ti nos acoja Aquel que por Ti se nos dio a nosotros. Tu limpieza compense nuestra corrupción; tu humildad, tan agradable a Dios, nos alcance el perdón de nuestra vanidad; tu caridad cubra la multitud de nuestros pecados y tu gloriosa fecundidad haga fecundos nuestros méritos” (II Sermón de Adviento). Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario